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Y por qué apuntarme a esto, pensarás.

Cuando era más pequeña, mis tías Lolín y Sara me enviaban cartas. De la de antes, de las que ojalá ahora. Escritas con una caligrafía de envidia pese a los temblores que dejan 80 y muchos años. Les hacía gracia que los fines de semana leyera las cartas del banco y los recibos de la luz que enviaban a mis padres porque a mí no me llegaba ninguna. Así que ellas, que siempre tenían historias que contarme, me mandaban sus . Ahora que esas cartas ya no me pueden llegar, las voy a enviar yo. Si te apetece volver a recibir cartas los sábados, dale al botoncito.

Quién soy

Cuando una escribe, ya habla demasiado de sí misma. Así que eso, se lo dejo a las cartas. Lo que nunca se sabe desde el otro lado es cómo suena la voz que está leyendo. Tengo la voz de pito y para más inri, hablo más rápido de lo que pienso y pienso y hablo mucho. Así que leerme es mejor que escucharme.

Cuando hago videollamadas con mi padre, que tiene acúfenos, llega un momento en que sin quererlo, deja de escucharme. Que me he silenciado, que le dé al botón, me dice. Cuando el problema es que estoy hablando demasiado alto. Así que, espero no gritar mucho cuando os escriba.

Y si queréis ponerme cara además de voz, aquí tenéis mi Instagram y Twitter.

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